Álvaro Bisama: Laguna.
Alfaguara, 2018
119 páginas
$12.000.
Por Joaquín Escobar
Años 90. El fin del verano. Los alrededores del estadio del Everton. Una ciudad espectral, habitantes fantasmas. Hoteles en decadencia, cocaína. Noche y cada vez más noche. Estas son algunas de las figuras que recorren Laguna, la última novela de Álvaro Bisama. Un texto entretenido e intenso, que además de una técnica escritural particular (en todo el relato no hay ninguna coma), posee una velocidad punzante, que recrea una ciudad oscura que duerme sobre las entrañas de un monstruo invisible de nombre impronunciable.
El protagonista es un veinteañero sin nombre, que llega hasta la ciudad jardín para estudiar una carrera universitaria. Hastiado de su familia, decide regresar a Viña dos semanas antes de que comiencen las clases. Camina, duerme siestas largas y escucha a sus vecinos pelear. Una vida silenciosa y rutinaria que se rompe cuando una calurosa noche se encuentra con el Chino, un compañero de universidad que canta éxitos latinos en un extraviado bar. Más por compartir sus soledades que por una amistad genuina, lo acompaña hasta una reunión con un grupo de mafiosos regionales que se encuentran alojados en el hotel O’Higgins. Son los días del festival: está cantando Ana Gabriel, hay efervescencia. Grupos de fans duermen en la calle buscando una foto con sus artistas favoritos.
Laguna posee micro-historias que atraviesan el relato principal. Insertas dentro del mismo registro –de frases precisas y bien trabajadas–, la novela tiene varios tentáculos que por si solos podrían haber sido otra novela. La historia de un necrófilo que ataca cementerios abandonados, o un grupo de nazis anclados en Los Andes, o el secuestro del rey Luis XIV que terminó como vagabundo en Latinoamérica, son textos paralelos que oscurecen aún más un relato que siempre termina en el mismo radio geográfico, porque Laguna –al igual que gran parte de la obra del autor– es una novela sobre la provincia.
Este libro dialoga en diversos pasajes con el cómics Sin City. No solo porque transcurra en una sola noche, también porque en cada uno de los personajes hay violencia, desconfianza y pólvora, además de un ritmo vertiginoso y brutal que esconde un submundo viñarmarino que flota pero no se ve. Detrás de las luces y la parafernalia festivalera, se esconde una ciudad de narcos y psicópatas que habitan un pantano de horror que nunca permite respiros, y que Bisama retrata con la elegancia de quien, hace rato, consagró su literatura.
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