Whenever I’m alone with you / You make me feel like I am young again /
Whenever I’m alone with you / You make me feel like I am fun again /
[…] Whenever I’m alone with you / You make me feel like I am free again.
Robert Smith (The Cure)
“Lovesong”.
Lee Yuk-Yo es un viejo y consagrado poeta, su vida resuelta desciende por la casi imperceptible pendiente de lo ya obrado. Ya no tiene motivos, estímulos para crear. Hasta que conoce a Han Eun-gyo, una adolescente cuya belleza, de a poco, le da nuevos ánimos a sus días y a su imaginación. El hombre la desea, pero ese deseo no se traduce en un amorío —quizás porque él es muy viejo y ella muy joven, tal vez por decoro o moral, sino que en un relato, en literatura, en una nueva obra de Lee Yuk-Yo, donde sí se realiza el deseo.
Lo que no se puede en la realidad ocurre en la literatura.
Sin embargo, no se trata de que realidad y literatura vayan cada una por su lado, o sólo en paralelo. No, el asunto es que se entretejen: una variación en la realidad —me refiero a la aparición de la joven de diecisiete años— redunda en una renovación de ese personaje muermo que es hasta entonces el poeta de setenta, en una renovación de su vida que, a su vez, se traduce en una realidad alternativa —una nueva obra, un nuevo estilo: un cuento, ya no un poema— donde se consuma otro mundo.
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La historia que resumo es la que cuenta Eungyo (2012), la película del director coreano Ji-woo Jung. Al verla y tras verla, no pude evitar pensar en Patterson (2017), la película de Jim Jarmusch que homenajea a William Carlos Williams, el poeta de las cosas, no de los pensamientos. Las dos son cintas que cuentan la poesía, la literatura, pero sobre todo, o quizás sea lo mismo, son de esas películas sencillas, superficiales, es decir, esas películas sobre la realidad y sus variaciones, sus detalles, sus sentidos: esas que se atienen menos a los porque y más a los que.
Pienso en Patterson, y pienso también que la literatura es la realidad y sus variaciones. Y que de eso trata Eungyo. O tal vez la literatura sea una variación de la realidad, una variedad. No sé. Si sé, en cambio, que el protagonista de Eungyo crea lo nuevo porque la realidad no se lo puede dar. Y entonces, me pregunto, ¿la literatura es la creatividad que nace de la resignación? Imaginemos que sí. Entonces la literatura es la resignación, un nuevo signo, sentido, significado para la realidad. En todo caso es una posibililidad y quizás por eso una esperanza, pues, como dicen por ahí, sin posibilidad sólo queda la desesperación: como aquella en la que vivía el poeta de Ji-woo Jung antes de conocer a Eun-gyo.
Quien haya visto o vea la película, pensará que Lee Yuk-Yo no está desesperado, al contrario, parece tranquilo, sereno. Yo diría, más bien, sosegado, sin esperar nada y, por eso, desesperado. La desesperación no tiene por qué ser frenética; al contrario, es más bien resignada. Lo que me devuelve a la literatura y la resignación, y me obliga a corregir: la desesperación no es resignada, es lo opuesto, es la falta de signo, de seña, de arte.
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Recuerdo dos momentos en Eungyo que hablan de esa otra realidad que es la literatura. En una escena, Lee Yuk-Yo, algo más joven, está haciendo clases de literatura en una universidad. Comienza un diálogo con un estudiante, un ingeniero (que luego se convertirá en su discípulo y asistente). Éste le habla de la belleza de las estrellas. El poeta le dice algo como que las estrellas no son nada, simplemente están ahí, que su belleza es algo que agrega o hace un ser humano, que sólo entonces se convierten en un símbolo de la belleza. O sea que la belleza es humana. Es una variedad de lo real.
En otro momento de la película, una impertinencia del joven asistente hace que Eun-gyo pierda un espejo que no tiene otra gracia que ser un regalo de su madre. Ella llora, él trata de calmarla, le grita que le comprará otro, le dice que por qué hace tanto escándalo por un espejo que se produce en serie. Ahí mismo, o tal vez en otro momento de la película, no recuerdo, Eun-gyo le dirá que alguien que cree que dos espejos son iguales no puede ser un escritor.
De nuevo: Eungyo es una película sobre esos detalles que despiertan la imaginación, la memoria: los tobillos de la protagonista, un tatuaje, ella limpiando los vidrios. De hecho, gracias al tiempo con ella el poeta se logra imaginar más joven y, desde ese otro yo puede escribir el cuento en el que él y Eun-gyo hacen el amor.
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Teniendo estas ideas en mi cabeza, llegaron a mis manos, gracias a una misma compra, dos libros: Escribir (Una antología) (Pre-Textos), de Henry David Thoreau, y Cómo ser buenos, de Nick Hornby (Anagrama). Del primero, entre otras cosas, subrayé lo siguiente: «Así como, tal vez, anticipamos el final del día antes de que acabe, cerramos las contraventanas y con una resignación desalentada comenzamos la estéril noche cuyo final improductivo vemos claramente, creemos desanimados que lo que queda de la vida es esta experiencia repetida cierto número de veces, y así sería, si no fuera por la facultad de la imaginación».
Y entonces, agrego, la desesperación es la falta de productividad, la desesperación es esterilidad, es falta de imaginación. Y eso calza, me parece, con la situación del poeta Lee Yuk-Yo, con su tiempo antes de conocer a Eun-gyo, pues con ella ese tiempo cambia, se reactiva la pasión y entonces la vida y entonces la imaginación y entonces la literatura. (¿Se puede dejar de mencionar a Dante Alighieri, cuyo cruce de miradas con otra adolescente, Beatrice —sólo ese cruce de miradas—, se tradujo en la Commedia que Boccaccio calificó como divina?)
De la novela de Hornby subrayé esto: «Y es sólo cuando he cerrado la puerta del dormitorio por tercera o cuarta vez para aislarme de mi marido y mis hijos cuando caigo en la cuenta de en qué era la vida de Vanessa Bell mejor que la mía. Es el acto mismo de leer lo que hecho en falta, la oportunidad de apartarme más y más del mundo hasta hallar al fin un poco de espacio, un poco de aire no viciado, un aire que no haya sido respirado ya un millar de veces por mi familia. El estudio de Janet se me antojó enorme cuando me mudé a él. Enorme y apacible, pero este libro es mucho más vasto que él. Y cuando lo termine empezaré otro, y éste tal vez sea aún más vasto, y luego otro, y podré seguir expandiendo mi casa hasta que se convierta en una mansión llena de estancias donde no puedan encontrarme».
De modo que esa variación de la realidad que es la literatura (o la realidad y sus variaciones, no sé), también puede ser evasión, otro tiempo y espacio, al menos para el lector. Y entonces la literatura que es resignación sería también olvido… iba a decir para pesar de Proust y su tiempo recobrado, pero luego recordé que la búsqueda de Proust es una evasión, un olvido que es una recreación o resignificación del presente. O sea que tal vez la literatura recuerda para olvidar. Creo que eso también le calza a Lee Yuk-Yo: él evade su desesperación —su mero estar, la falta de imaginación— gracias a la joven y al cuento que escribe inspirado en ella. O al menos logra evadirla una vez más, como probablemente hizo con cada obra, con cada afán. Pues si entendemos que evadir no es arrancar del presente (por de pronto porque es imposible), sino variarlo, quizás enriquecerlo y por qué no diversificarlo, entonces nadie nos culpará de absurdo y hasta de nihilismo por decir que la literatura es olvido, es resignación, incluso aislamiento. Porque ese aislamiento abre mundos, porque esa resignación es rebeldía contra el mundo: te hace sentir joven, divertido y libre, otra vez. Tal vez. Es una variación de la realidad. O, lo que es lo mismo, es una variación en la realidad, una resignificación.
De modo que ahora la pregunta, no muy novedosa, sería: ¿La realidad es lo que significamos, es lo que imaginamos? No lo sé. Quizás no sólo la literatura es una variación de la realidad, sino que ésta —la realidad— es una variación de la literatura. O si prefieren, y disculpen las vueltas: que la literatura sea la realidad y sus variaciones significa que la realidad es la literatura y sus variaciones; y sus desvaríos. (Por ejemplo: la novela más reciente de Paul Auster, 4 3 2 1, de Seix Barral, trata expresamente de eso: de un personaje, Ferguson, que según hechos más o menos fortuitos —como una tormenta, un choque en auto o un incendio— es a veces un huérfano de padre, en otras no, a veces perdió dos dedos de su mano, otras veces no, incluso muere y a veces no. O sea, trata de las distintas vidas de ¿un mismo? personaje, de las distintas posibilidades, variedades y hasta evasiones producidas por diversos acontecimientos.)
Decía que quizás la realidad es la literatura y sus variaciones; y sus desvaríos… El desvarío, por ejemplo, de un viejo poeta que, apasionado por una adolescente, imagina un mundo de palabras y papel en el que él vuelve a ser joven y realiza su amor. En el que evade su pendiente, su sereno declive; seguramente no la elimina, pero la modifica. Y por lo tanto la literatura es naturaleza.
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Naturaleza o no, el renacimiento del poeta Lee Yuk-Yo también hace reflexionar sobre la jerarquía de los géneros literarios que muestra Ji-woo Jung en su película: en la cúspide está la poesía —la más abstracta, simbólica o imaginativa de la escrituras—, y abajo el cuento, más concreto. Sin embargo la misma película, o la aparición de la musa (así se llama el filme en inglés, The Muse) trastoca esa jerarquía: Lee Yuk-Yo, el poeta al que —de tan consagrado— quieren hacerle un museo en vida, vuelve a la literatura, vuelve a la imaginación, vuelve a la vida, revive con un cuento. Se recupera, recobra el tiempo. Deja la poesía y regresa al cuento que, en realidad, también es poesía, resignación, recreación. Por eso, creo, al descubrirse en el relato, Eun-gyo le dirá al escritor: «gracias por hacerme bella».
(Sin embargo, todas estas lecturas pueden ser rollos, puras películas. Así es que, mejor, hagamos las cosas más simples y reduzcamos las variaciones o posibilidades a dos: evadirse o no, ver o no ver Eungyo. De eso se trata.)
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